jueves, 15 de septiembre de 2011

Espejos



Note como me beso en la mejilla.
-Espero verte pronto... Sonrió y se marcho.


Al escuchar como se cerraba la puerta del piso no pude evitar sonreír. Me levante de la cama y cogí el papel que me dejo en cima de la mesita de noche. Que atento... Su numero de teléfono.
¿Para que querría yo su numero de teléfono?,

¿De verdad piensa que lo llamare para follar de nuevo? Pobre infeliz... Detesto la gente que no entiende lo que significa un polvo de una noche. ¿No estaba claro? La misma palabra lo dice, Una noche...No dos.
Pero bueno, ya me lo tome como algo normal, no era el primero que dejaba su numero y su corrida en mi cama.
Mire al espejo que tenia en frente de la cama, mi espejo.
El espejo cubría la pared entera, de esquina a esquina. Desde el primer día que lo hice en frente de un espejo sabia que esa seria mi mayor fetiche, y a si fue. No hay cosa que me guste mas que follar frente a mi gran espejo, ver como culean mientras me la meten, como se las chupo y como se corren en mi y en mi boca. Me volvía loco.
Me levante, me acerque al espejo y lo bese, creaba la ilusión de que me besaba a mi mismo, pero lo besaba a el, le daba las gracias por cada maravilloso reflejo y por cada maravillosa noche. Sonreí.
Me fui al baño y me lave un poco la cara, me veía la barba un poco descuidada, pero no me apetecía afeitarme, total, no esperaba visita hoy. Quizás mañana me pegaría un repaso.
Fui a la cocina y ojee la nevera en busca de algo que llevarme a la boca,( como si no fuera suficiente lo que ya me había llevado anoche a la boca). Zumo de naranja rancio...fue lo único que encontré, a si que asqueado y malhumorado me fui de nuevo a mi habitación a tirarme en la cama.
Las sabanas estaban revueltas y algo húmedas por ciertos lados, no era de extrañar, anoche lo pase realmente bien con ese yogurin. Su cuerpo ancho, ojos azules como el mar, todo depiladito... Me encanta los tíos que no tienen ni un solo pelo, me llaman muchisimo la atención,esa suavidad cuando pasas la mano por su pierna, su culo, su rabo. Su piel blanca como la nieve me llamaba mucho la atención, le daba un punto interesante.
Cerrando los ojos, aun siento las cosquillitas que me hacia en la polla con su piercing, sin duda los chicos con piercing en la lengua son la caña. Hay muchos que no saben utilizarlo, pero este... tenia todo un master.
Veo mi reflejo en el espejo, estoy desnudo tirado en la cama, reviviendo las aventuras y desventuras que anoche viví con mi amante, fue un polvo realmente estupendo. Su polla era perfecta, tanto en tamaño como en grosor, y como se movía el cabrón, era un huracán, puro fuego. Sus embestidas hacían que su barra se hincara en lo mas profundo de mi abrasándome, como su lengua lamia y relamía mi culo, dejándolo bien lubricado y abierto.
Reviviendo todo lo ocurrido mi polla comienza a crecer, el recuerdo de sus lametones en mi mástil hacen que este se ponga bien duro, y el recuerdo de sus embestidas hacen que mi culo palpite.
Me llevo la mano a los huevos y los manoseo un poco, los acaricio, tiro un poco de ellos, le doy pequeños pellizcos, no dejo de jugar con ellos y eso provoca que cada vez me ponga mas cachondo. Sigo viendo mi imagen en el espejo, me gusta. Veo como me sobo los cojones, me gusta. Me pongo de rodillas en la cama y comienzo a masturbarme, me gusta. Recorro mi nabo de lado a lado, con toda mi mano, aveces con un par de dedos solo, otras con las dos manos.
Me encanta ver como me pajeo en el espejo.
No soy un narcisista, no estoy enamorado de mi mismo, no estoy mal tampoco, soy un chico del montón. Metro ochenta, pelo corto, ojos color miel, no voy al gimnasio, pero la constitución de mi cuerpo es que con el poco ejercicio que hago consigo mantenerme en forma.
Pero la imagen que me devuelve el espejo, es otra totalmente. Es sexy, atrevida, insólita... No se como describirla, pero me gusta.
Sigo masturbándome, ahora estoy sentado al borde de la cama, a un metro y medio del espejo mas o menos. Desde esta distancia puedo ver mejor cada detalle de mi cuerpo, de mi mano balanceandose, de mi polla sacudiéndose en el aire, cada vez estoy mas excitado. Me acerco mas al espejo.
Estoy a un paso de mi reflejo, estoy con la boca entre abierta y de vez en cuando de ella sale un leve suspiro. Me doy cuenta que estoy con la espalda un poco encorvada, a si que me estiro y saco el pecho, mis pectorales se marcan y eso me gusta, llevo mi mano a mi abdomen y lo acaricio asta llegar a mis pezones. Me concentro con el pezón derecho, que es mi punto débil.
Lo trabajaba el pezón con cariño y este reaccionaba de maravilla. Y cada vez estaba mas y mas excitado.

Sin darme cuenta tenia la frente ya apoyada en el cristal, me quede embobado mirando mis ojos. Y como poseído, lance mis labios al cristal en busca de el reflejo de los mismos.
Estos se encontraron y chocaron en una apasionada lucha para ver cual de ellos tomaba el control, con mi lengua recorría el frió espejo, y el reflejo de mi lengua buscaba a la verdadera, para unirse también en la lucha.
Llegue a un momento en el que no sabia cual de los dos era el verdadero yo, si el reflejo o el que se situaba en frente de este. Pero no me importo, yo seguí besando a ese frió amante de cristal que frente a mi se encontraba. Mi mano no dejaba su trabajo, y mi polla comenzaba a palpitar en busca del éxtasis total, de la punta de esta ya comenzaba a asomar el traslucido liquido que anuncia la corrida, y con la lubricacion que me aportaba, no podía evitarlo.
Con el brazo golpee el espejo y lance un fuerte gemido que fue ahogado en el reflejo, mi frente sudorosa, al igual que mi cuerpo, se deslizaba por el espejo y de pronto, entre gritos y gemidos de placer, de mi nabo brotaron innumerables chorros de blanco semen que impactaron contra el cristal. Yo hiperventilaba, me estaba mareando cada vez mas, no podría evitarlo, siempre me pasaba lo mismo. Caí al suelo.
La caída me hizo reaccionar un poco, pero me sentía realmente mareado, la situación me había puesto tan cachondo que no pude evitarlo.
Me incorpore un poco y me puse a cuatro patas frente al espejo, sin darme cuenta tenia justo delante de mis narices la corrida que había soltado, que poco a poco se deslizaba hacia abajo.
Me quede unos segundos mirándola y sin comprender muy bien por que, sabiendo únicamente que el instinto me decía que lo hiciese,y lo hice, lamí esa corrida.
La lamí una y otra vez, hasta dejar el cristal bien limpio, sentía aun su calor en mi boca, su gusto

dulce y a la vez amargo. Acababa de correrme y esa situación me estaba poniendo cachondo de nuevo.
Estaba a cuatro patas, frente a mi espejo lamiendo la corrida que acababa de soltar, me parecía surreal, pero me encantaba y me volvía loco.
Una vez deje el cristal bien limpio, me levante y me mire al espejo. Pase mi mano por la boca para quitarme el semen de los labios, me quede mirándome y sonreí. Me acerque al espejo y lo bese de nuevo.
Una vez mas, dándole las gracias por cada nueva sensacion que me hacia sentir.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Espejos


Sexy, atrevida, cerda, insólita, sin censura....
El próximo día 15 de septiembre, yo, "Nadocore", publicaré el relato más cerdo y sensual de todas mis publicaciones.
"Espejos" será un relato que no os dejara indiferentes, os hará sudar y perder el control...
Espero que os guste tanto como a mi me esta gustando escribirlo...La pregunta es :
¿ Estáis preparados?





martes, 13 de septiembre de 2011

Domingo Festivo


El sol me deslumbraba.
Retocé y remoloneé unos minutos más en la cama, estaba rendido, muerto de sueño.
Miré el reloj, las doce y media de la mañana, llevaba ya muchas horas en la cama metido, pero es que estaba tan cómodo... Nunca ha existido ni existirá refugio y hogar como mi cama.
Entre sus sabanas me perdía y soñaba, soñaba historias que ningún mortal se atrevería a soñar.
En ella había reído, llorado, había follado y había compartido los momentos más felices con las personas más importantes de mi vida. Pero ahora estaba solo, yo, las sabanas, y mi fiel almohada, nadie más.
El comienzo del verano se anunciaba con sus calurosos y cegadores rayos de sol, los que no me dejaban seguir en mi cama tranquilo. Me incorporé y me fui al baño.
Al llegar al baño me miré en el espejo, en su reflejo veía a un chico, un joven de 22 años, alto, de piel morena y cabello oscuro. Me veía en calzoncillos, unos pequeños calzoncillos que solo tapaban lo estricto y necesario. El reflejo del joven era de un chico atractivo, sexy, con un cuerpo cuidado. Al mirarme en el espejo me gustaba lo que veía, tenia la cara un poco roja, al igual que los ojos, que estaban un poco hinchados, seguramente de todas las horas que había pasado en la cama durmiendo.
Tras utilizar el lavabo, me fui de nuevo a mi habitación. Cerré la persiana y me tiré de nuevo en la cama.
Me estiré, me retorcí, me moví mil veces, pero no conseguía encontrar la cómoda posición que tenía al despertarme. Maldita sea.

Pasé mis manos por mi pecho y mi abdomen, y me sobe un poco la entrepierna,

notando que ésta se encontraba abultada. Erecciones mañaneras, como no.
Saqué mi miembro de su prisión y me deshice de mis calzoncillos, dejando al aire toda mi entrepierna.
Observé mi miembro y como poco a poco su tamaño aumentaba más y más. Yo instintivamente lo agarré y comencé a acariciarlo, poco a poco, muy despacio.
Recorriendo toda su superficie, trabajando especialmente el glande, el cual reaccionaba muy bien ante esas placenteras caricias, haciendo que el tamaño de éste, como de todo su conjunto, siguiera aumentando. Ahora dirigí mi mano a mis cojones, los acaricie con cuidado, prestándoles todo el placer y cariño que merecen. El masaje me estimulaba y no puede evitar morderme el labio y suspirar. Ahora mi polla se encontraba en su mayor esplendor, dura, bien dura... Su tamaño había aumentado de una manera impresionante haciendo que ya no pudiera rodearla con mi mano.
Me llevé una de las manos a mi boca y la relamí, introduciendo mis dedos y dejándolos bien lubricados. Con la mano ahora bien húmeda, la lleve a mi miembro y comencé a frotarlo con mayor fuerza que antes.
Hacía ya tiempo que
no me hacía una paja, el trabajo, el estrés del día a día... No tenía apenas tiempo para mi, pero hoy domingo, que no tenia ningún plan, pensaba pasarme toda la mañana sobandome la polla y prestándole toda la atención que se merecía y la cual no le había proporcionado.
Mi cuerpo respondía de maravilla a todas estas olvidadas sensaciones. Mi piel ardía en deseos y en busca del placer, los pelos se me ponían de punta con cada movimiento de muñeca, de mi garganta brotaba un gemido tras otro, y de la punta de mi polla, una tras otra, surgían pequeñas gotitas transparentes que me ayudaban considerablemente en la lubricación de mi miembro.
Estaba disfrutando de lo lindo, y no quería parar por nada del mundo, al contrario, quería mas, mas placer.
Llevé nuevamente mis dedos a la boca y los relamí asegurándome de dejarlos mas húmedos que la vez anterior, pues esta vez, su destino sería completamente distinto.
Llevé mis dedos a mi culo, y con suaves caricias fui estimulándome la entrada de mi cuerpo para poder introducir mis dedos. Hacía tanto tiempo que no hacía esto, que al principio me sentía extraño, pero la sensaciones era placentera, muy placentera.... quería mas, quería meter ya uno de mis dedos. Poco a poco fui ejerciendo más y más presión, la entrada estaba muy estrecha así que decidí humedecerme de nuevo los dedos. Ahora sí, bien lubricados mis dedos, conseguí meter uno de ellos. Un gemido invadió la silenciosa habitación.
Con una de mis manos, seguía trabajando mi polla, la cual danzaba en el aire al compás de mi mano, y la otra, con un único movimiento, salia y entraba de mi ano.
Ya había introducido 2 de mis dedos y con movimientos circulares, metiéndolos y sacándolos me estaba proporcionando un placer que hacia ya mucho que no sentía.
Sin darme cuenta, me había girado y estaba boca a bajo a cuatro patas sobre la cama, en camino de introducir un tercer dedo dentro de mi.
Desde mi nueva posición podrá ver mi polla, como palpitaba en busca del éxtasis, veía mis cojones balanceándose de un lado a otro. El sonido me excitaba, el escuchar como mi polla se deslizaba entre mis dedos, como mis dedos entraban y salían de mi culo, como la mano chocaba con mis cachetes una y otra vez.
Comenzaba cada vez a gemir mas fuerte, a respirar con fuerza. Estaba solo en casa y quería que mi voz resonase en cada habitación, quería que los vecinos supieran que estaba a punto de correrme, quería que todo el mundo fuera consciente de ello.
Mi cipote palpitaba con mas fuerza que antes, mi respiración se entrecortaba, quería aumentar el ritmo de mis dedos para sentir bien el placer que éstos le estaban dando a mi culo. No aguantaba más.
Arqueé la espalda y un brutal gemido lo invadió todo, incrusté la cabeza en la almohada para soportar todo ese placer. De mi polla brotaron unos largos corros de lefa, blancos como la nieve, que terminaron cayendo sobre mis manos y las sabanas. Mis dedos disminuyeron su velocidad y poco a poco fueron saliendo de mi interior. Me lleve la mano a mi boca y relamí los restos de semen que había en ésta, sintiendo su acartonado sabor.
Tras esto, caí redondo a la cama y me quedé dormido de nuevo.
Tras un par de horas más o menos, me desperté. Toda la habitación esta inundada de un olor a sexo, sobre todos las sabanas, aún húmedas y calientes por lo que hacia unas horas había ocurrido allí.
Sonreí satisfecho, y me prometí a mi mismo, que cada domingo le daría a mi cuerpo todo el placer que necesitaba y más.


miércoles, 31 de agosto de 2011

Psicología Inversa

Llevaba toda la mañana sentada en el sillón, sin apenas poder mover las piernas y con un fuerte dolor instalado en la parte baja de mi espalda. Suspiré, quitándome las gafas y me dispuse a limpiarlas. Aunque no estuviesen del todo sucias, me gustaba tenerlas impecables. Era un poco maniática en ese aspecto. Bueno, en ese y en muchos otros.
A mis veintinueve años todavía no había tenido una pareja estable. Es decir, más de seis meses no duraba con ningún chico. A veces era por la culpa de ellos y, la mayoría de las veces, por la mía. Empezaba una relación con mucha ilusión, pero al cabo del tiempo… me aburría. Sí, así de simple. No es que ellos se comportasen mal conmigo ni nada por el estilo, gracias a Dios.
Coloqué las gafas al trasluz para ver si había quedado alguna pequeña mota de polvo en los cristales pero, al comprobar que no, me las puse.
Hoy había recibido solo a un hombre mayor, que tenía alrededor de cincuenta y tantos años. Venía a que le ayudase sobre un problema de ansiedad que tenía y, después de haberle escuchado durante una hora entera relatarme prácticamente qué hacía todos los días, le mandé unas pastillas tranquilizantes y mucho reposo.
La gente podía pensar que este trabajo era fácil, apenas tenía riesgos y constaba de gran comodidad.
Pues se equivocaban. Nunca era fácil tratar con pacientes nerviosos o casi locos, se podía correr el riesgo de que te demandasen por no haber “curado” al cliente y eso de comodidad… Mejor me lo reservo para las hojas de reclamaciones de la empresa.
Miré mi agenda, donde apuntaba todas las citas que tenía pendientes, y casi se me salieron los ojos de las órbitas. A las una y media tenía una cita con Clara, una chica de veintidós años que, por lo visto, padecía algún tipo de trastorno que no la dejaba apenas pegar ojo.
Tuve el placer de hablar por el móvil con su padre, quién lo concertó todo. Su amabilidad estuvo presente por su escasez, pero me dijo que su hija era algo extraña según como fuera tratada. Apunté ese pequeño detalle junto a la cita, para que no se me olvidara y así evitar malentendidos.
No me dio tiempo a terminar el vaso de agua que acaba de coger del escritorio cuando la puerta se abrió, dejando paso a la que se supone que era Clara, mi nueva paciente.
Rubia, de piel clara, ojos marrones y vestimenta demasiado casual para venir a un sitio como éste.
-Hola.-me saludó tímidamente desde la puerta, sin casi atreverse a levantar la mirada.
-Hola, buenos días. Pasa y siéntate.-Le ofrecí el asiento que había frente a mi escritorio y no tardó en sentarse.-Ponte cómoda, Clara.
-Está bien…
La veía muy tensa y eso, para cualquier tipo de terapia, era fatal. Intenté tranquilizarla ofreciéndole un vaso de agua y hablándole de temas ajenos al asunto por el que está aquí, pero apenas funcionó.
-Bueno, Clara… ¿Por dónde quieres empezar?
La vi tragar saliva y cogerse las manos de forma nerviosa. Temía que le diese cualquier ataque de ansiedad llevada por los nervios.
-No sé… U-usted sabrá...
En eso tenía toda la razón, ya que yo era la profesional aquí.
-De acuerdo…-Me acomodé de nuevo las gafas y cogí una pequeña libreta donde apuntar el diagnóstico.-Dime, Clara, en un breve resumen, lo que te ocurre.
Mordiéndose el labio, se aclaró la garganta y empezó a hablar.
-Pues… Llevo pensando cosas que no debo durante casi un mes, hasta el punto de llegar a obsesionarme… Y se lo cuento a mis padres, pero ellos no me hacen caso, simplemente creen que es algo pasajero…
-Ajá… ¿Y qué es lo que piensas, exactamente?
-M-me… atraen… algunas chicas.
Eso era lo que menos me esperaba oír. Típico pensamiento adolescente, aunque la chica ya había pasado un poco esa etapa…
Apunté en mi cuaderno una palabra y volví a prestarle atención.

-¿Y te sientes mal al pensar en eso?
-¡Sí! ¡No! Bueno, un poco.-sonrió, más nerviosa aún.-Es que… no es normal, ¿verdad? Quiero decir, dos mujeres… Yo tampoco le veo mucha lógica, ¿sabe? Pero un día me empezaron a atraer chicas de la universidad, luego dependientas, camareras y hasta amigas íntimas. La verdad, estoy un poco asustada, porque antes no me pasaba esto.
-¿Has salido alguna vez con chicos?-Sé que suena obvio, pero me conviene preguntarlo.
-¡Claro! Y he estado de maravilla con ellos. Bueno, lo poco que he estado….-una risa nerviosa salió de sus labios.
-Mmm...
Volví a apuntar en mi libreta. Esta situación se me hacía cada vez más absurda. ¿Para qué gastarse el dinero aquí si solo tenía que aceptar que le iba el otro sexo? Aunque, claro, por mí encantada. Más beneficios para mi.
-Pero… todo cambió después de… eso.
-¿Después de qué?-le pregunté, curiosa. Mordí la punta de mi estilográfica, mirándola. A ver qué me decía ahora.
-Me da… vergüenza decírselo.
-Mira, Clara, estás aquí para que te escuche y te aconseje para ayudarte. Si no me cuentas las cosas, mal vamos, en especial tú.
-Lo sé… pero es que tendría que demostrárselo.-Alcé una ceja, pero asentí.
-No importa, demuéstramelo.
Abrió los ojos de par en par, muy sorprendida.
-¿De verdad no le molesta?-Cada vez tenía más ganas de reírme por la inocencia de esta chica, solo pocos años menor que yo. Sin saber que quería hacer, le dije que no. Ante todo, un especialista debe dar libertad a sus pacientes, y más un psicólogo, para que ellos se desahoguen y puedan hablarte con toda la claridad posible.
Vi que se levantó de su silla con lentitud y pude percibir también algo de miedo, pero éste se esfumó enseguida cuando, poco a poco, fue acercándose a mi asiento.
-Yo… conozco a una amiga mía desde hace mucho tiempo. Antes de ayer estábamos en su casa, viendo una peli y comiendo palomitas en el sofá.-Hizo una pausa y asentí, diciéndole que siguiera.-La película era muy aburrida y empezamos a hablar. Le conté lo que me estaba pasando y… a ella le está pasando lo mismo.
Esto cada vez se ponía más interesante. Se acercó un poco más, pero yo no cambié de postura. Mis piernas seguían cruzadas y el bolígrafo permanecía siendo mordido con mis dientes sin dejar de observarla a los ojos.
-Así que… Decidimos… Ya sabe, probar.-Casi se me escapa una risa. Que mona es esta chica.-Y, entonces, nos fuimos acercando…
A la vez que lo decía, se posicionaba más cerca de mi hasta que llegó un punto en el que tuve que apartarme un poco por su cercanía.
-Y la besé.
Al segundo de decirlo, sus labios apresaron los míos. Mis ojos no podían estar más abiertos porque sino se saldrían de sus cuencas. Intenté apartarla lo antes posible, pero Clara cogió mi rostro y profundizó el beso, metiendo su lengua por completo en mi boca y explorando ésta. Estuve a punto de morderle con fuerza cuando se apartó, con los labios más coloridos de lo normal.
-Después de besarla, bajé por su cuello…
No sé si era mi estupefacción, pero me quedé estática. No podía apartarla, no podía moverme. Sentí impotencia de mi misma, pero dejé de notarla cuando su lengua volvió al ataque, esta vez en mi cuello. Sabía que me estaba marcando porque sentí como succionaba levemente mi piel para luego darle un pequeño beso húmedo, repitiendo la acción varias veces.
Puede que la causa de que me quedara quieta fuese que, en mi fuero interno, estaba disfrutando. El cuerpo siempre reacciona cuando es tocado.
-Luego, ella me agarró del pelo…-me cogió la mano y la puso en su larga melena, cerrándola y haciendo que le tirase de su propio pelo.-Así. Y me besó de nuevo.
Y la besé de nuevo. Esta vez fui yo la demandante del beso. Sentía una placentera electricidad por todo al cuerpo al tener a esa muchacha medio recostada encima de mi y con su boca comiendo la mía. Algo que no había sentido con ninguno de mis novios.
-Y… después… bajé hacia abajo para…-no terminó la frase, pero sabía a qué se refería.
Mi cuaderno de notas quedó olvidado en la mesa, junto a la estilográfica, y Carla desabotonó mi bata blanca, dejando ver mi camisa del mismo color para romper todos los botones y dejar al descubierto mi pecho, aún cubierto por un bonito sujetador negro con algunos encajes.
-Le miré los pechos y… Mmm…-no pudo contenerse. Se mordió el labio y cerró los ojos, supongo que sintiendo placer nada más de recordarlo.-¿P-puedo…?
-Sí, sí puedes.-contesté, casi en un suspiro.
No me dio tiempo a contar hasta tres cuando desabrochó el sujetador y empezó a devorar mis pezones, atacándolos sin piedad. Lamió toda mi aureola, erizándola y volviéndola de un color más oscuro, para morder con suavidad mi pezón, ahora erecto. Mientras, a mi otro pecho le propinaba suaves caricias que me hacían desear más y más. Tiraba del pezón, delineaba con la yema de sus dedos éste y luego me apretaba lo apretaba.
Después de estar un rato en ese lugar, bajó y no se demoró en subir mi falda color grisácea, dejándomela de cinturón.
-Esto fue lo mejor de aquella noche…-susurró, esta vez mirándome directamente a los ojos. Parecía que tenía un cierto grado de trastorno bipolar, pero eso, en vez de desalentarme, me excitaba aún más si cabía.
Me mordió el pubis por encima de mis braguitas, notando ya la humedad que se me iba creando más abajo. Relamió el lugar donde se situaba mi clítoris y apreté con una mano el reposabrazos del sillón, echando un poco la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.
Su lengua hacia maravillas. Me bajó la ropa interior, quedando totalmente expuesta, y me abrió las piernas. Intercaló su mirada entre fijarla en mis ojos, completamente llenos de deseo, y en mi sexo, descubierto en su plenitud.
Tampoco se hizo esperar. Aumenté de fuerza el agarre de su pelo cuando dio pequeños y leves besos por mis labios inferiores, saltándose mi clítoris. La empujé contra mí y, con una de sus manos, apartó la piel que rodeaba mi centro de placer. Primero le dio un suave toque con su lengua, haciendo que me retorciese un poco. Luego abrió su boca y lo devoró, quedando a su merced. Comenzó a pasear su dedo por mi entrada, ya bastante lubricada, y a penetrarme con una lentitud que volvería loco a cualquiera. Metió un segundo dedo y un tercero, moviéndolos en mi interior en forma de tijera, sacándolos y metiéndolos con movimientos fuertes y constantes.
Entonces mordió mi clítoris con suavidad, lamiéndolo con su lengua sin parar de meterme los dedos. Un gemido tras otro escapaba de mi garganta, pero intentaba contenerlos por el miedo a que cualquiera pudiera oírnos desde la sala de espera o desde la habitación contigua.
No paró hasta que llegué al éxtasis, corriéndome en su boca. Ella, ni corta ni perezosa, lamió sus dedos llenos de mi esencia, mirándome. Yo aún tenía la respiración agitada y estaba poco lúcida, pues nunca me habían hecho sentir un orgasmo tan intenso.
-Eso… fue lo que le hice a mi amiga.
Me contuve de decirle que tuvo que disfrutarlo mucho. Con rapidez, me abroché el sujetador y la camisa, siguiendo ella aún en el suelo, observándome. Ahora que todo había terminado, me sentía un poco incómoda con esa mirada de lujuria.
-¡Doctora Martín!-Gritó alguien tras la puerta de mi despacho.
Con los ojos desorbitados, agarré a Clara del pelo y la escondí bajo la mesa de mi escritorio, que por suerte estaba tapada por la parte del cliente y no se la veía.
-¿Sí?
Un hombre alto, moreno y de mediana edad entró con un puñado de papeles, sonriéndome.
-¿Cómo está, doctora? Hacía tiempo que no la veía.
-Es usted el que no se pasa por aquí, Gonza.. ¡lez!
Un gemido salió al decir la última sílaba de su apellido, pues noté algo de nuevo en mi entrepierna. Su boca volvió a jugar con mi clítoris, haciéndole de todo con sus labios, succionándolo y besándolo con parsimonia y furia mezcladas.
-¿Martín? ¿Se encuentra bien?-González se acercó cauteloso a mi escritorio, con la mirada fija en mí.
-¡Sí! ¡Muy bien, graaaacias!
Intenté propinarle alguna patada a Clara para que se estuviese quieta, pero ella era buena esquivándolas y siguiendo con su trabajo. Notaba como el sudor se iba acumulando en mi sienes y como mis pezones volvían a cobrar vida por sí solos a causa de la excitación.
-¿De verdad? ¿Quiere que la revise o algo? Le veo mala cara…
-¡No, no! Essstoy bien… Es… sólo un mareo, sí…
-Mmm…-no muy convencido, siguió con la mirada puesta en mí.-Bueno, venía a decirle que le han concertado otra cita sin previo aviso, esta tarde.
-¿Aah… sí?
-Sí… ¿De verdad que está bien?
-¡Que sí!-estaba desesperada porque se fuese y correrme de una vez por todas. Ahora Clara introducía su lengua en mi vagina junto a dos de sus dedos.-No se preocupe, Gonzalez.
-De acuerdo… Ya nos veremos.
-Por supuesto…-susurré justo cuando cerraba la puerta. Me mordí el labio, aguantando el gemido de mi orgasmo y apoyando la cabeza en el escritorio, extasiada. Clara salió por un lado de éste, mirándome divertida.
-Ahora… me encuentro mucho mejor, doctora.
La hubiese matado en ese instante si hubiera podido. Aún con esa mirada traviesa, dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Antes de salir, dijo:
-Espero que lo haya disfrutado tanto como yo… Martín.
Mi apellido sonó demasiado excitante en su boca. Me recosté en el sillón cuando se fue, respirando por fin tranquila. Me acomodé las braguitas y la falda, cogí mi libreta y, después de volverme a acomodar las gafas y un poco el pelo, escribí:


sábado, 27 de agosto de 2011

Paraiso

Me levanté pesadamente de la cama, me dirigí al cuarto de baño para lavarme un poco la cara y refrescarme un poco. Eran ya casi las diez de la noche y a las once tenía que estar ya en el curro.
Era mi segunda semana en la empresa y la verdad me parecía años mas que semanas, estaba totalmente agotado y es que, el tratar cada día con tanta gente distinta termina por cansar.
Cada noche cogía un taxi que me llevaba hasta las afueras de la ciudad, dónde mi Jefe me esperaba en la recepción del local. Me daba unas indicaciones básicas, la ropa apropiada para la ocasión y de nuevo en el taxi a mi destino. En otras ocasiones mi cliente ya esperaba en el mismo local, el cual estaba perfectamente equipado con todo tipo de lujos y demás parafernalia. Camas redondas, jacuzzis, saunas, salas de torturas... No estaba nada mal la verdad, era un sitio con mucho caché, no era un sitio de lujo, pero tenía muy buenas referencias.
Casi siempre el trabajo me esperaba fuera del local, en la casa de mi cliente o clientes. Supongo que siempre encuentras mas discreción en tu propia casa que ir a un prostíbulo.
¡Ahh! ¿Aún no os lo he dicho? Soy chapero.
Soy un chico de 24 años, y después de quedarme en paro tras estudiar una maldita carrera me vi forzado a ejercer este trabajo... Necesitaba el dinero, tenía un piso que pagar y ningún lugar donde caerme muerto, era esto o morir en la calle.
Sinceramente, pensé que sería divertido y que no lo pasaría tan mal después de todo, me equivoqué. Era muchísimo más duro de lo que podía imaginar, y todo lo que pones en juego... Nunca pensé realmente en todas estas cosas hasta que te toca vivirlas de verdad, hasta que tienes un hombre de más de cincuenta años en la cama tirado medio desnudo, esperando a que le satisfagas todas sus morbosas fantasía, y darte cuenta que a pesar de todo el asco, reparo y repugnancia que te provoque esa situación.... Tienes que hacerlo porque es tu trabajo.
Me coloqué mis vaqueros ajustados y una camiseta de tirantes. El móvil sonó, era el chofer, ya estaba esperándome en la puerta, eran las diez en punto, tan puntual como siempre.
Bajé al portal y, en efecto, allí estaba Raúl esperándome en el coche, me saludó levantando la mano y sonriendo, entre dientes.
-Buenas noches. Saludé simpático.
-Buenas noches una vez más, campeón, ¿a dónde te llevo? Bromeó.
-A ver a Tony, Raúl. ¡Cómo todas las noches! Suspiré.
- Y cómo todas las noches Iván, pienso que tendrías que dejarlo ya...
- Arranca el coche.
Raúl era muy buen tío, tenía unos treinta y pico, alto y moreno. Tony , mi jefe , lo tenia contratado cada noche para ir a recoger a sus preciados trabajadores y llevarlos a sus correspondientes destinos. Más de una vez Raúl y yo hemos hablado del tema del trabajo, él piensa firmemente que tendría que dejarlo de una vez por todas, que Tony me explota y que esto no es vida para un chico como yo... Pero él seguía sin entender que necesitaba desesperadamente el dinero o me quedaría en la calle, era un tema del cual no me gustaba nada hablar.
El coche paró en frente del local de Tony, bajé del coche y entré a la recepción. Estaba esperándome.
-Muy bien Iván, esta noche tienes que ir a las afueras de la ciudad, el cliente te espera en una cabaña, una especie de casa rural. No ha pedido ningún tipo de vestimenta ni que ejerzas algún tipo de rol, que seas tu mismo, y encárgate de satisfacerlo en todos los sentidos, ha pagado un buen dinero por ti. Me explicaba Tony mientras me daba un papel con la dirección.
-¿No ha pedido nada? Que raro, seguro que tiene todo tipo de juguetes en la casa. Musité.
-Deja de hacerte el remolón y en marcha. Tony me acompañó hasta la puerta y saludó a Raúl con un guiño.
Me metí dentro del coche y le di el papel con la dirección a Raúl, éste se puso en marcha. Me miraba de reojo por el retrovisor, yo miraba por la ventana cómo poco a poco nos alejábamos del centro urbano y nos introducíamos mas y mas en el campo. Miraba melancólico al cielo, pensando cómo sería el amante de esta noche. Lo único que esperaba es que no fuera un viejo morboso de esos, era una de las cosas que peor llevaba de todas. Cómo te tocan con esa ansia y desesperación, cómo te devoran con la mirada. Se notaba a leguas que todos eran reprimidos padres de familia que buscaban desahogar sus ansias en citos. El coche frenó.
-Ya estamos aquí Iván. Ya sabes, si necesitas algo...
-No te preocupes, Raúl. Si necesito que vengas a recogerme te llamaré el primero.
Le dediqué una sonrisa. Raúl siempre se preocupaba por mi, me trataba como a un hermano pequeño.
Él y yo nos conocíamos desde hace tiempo, coincidimos un par de veces en algún bar y quedábamos para tomar unas copas de vez en cuando.
Me bajé del coche, el cual desapareció al final de la carretera. Yo me acerqué al portón de la casa rural, busqué un telefonillo y toqué. Al minuto respondieron.
-¿Si? ¿Quién es?
-Hola soy Iván. Respondí a la misteriosa voz que procedía del altavoz.
-¡Oh, Iván! Pasa, pasa, por favor.
La puerta se abrió, mostrando tras ella un camino de piedra hasta la casa de madera, era un terreno grande, la casa era preciosa, de un gusto exquisito, con unos bellos jardines llenos de todo tipo de plantas, era un lugar muy amplio, más de lo que había imaginado.
Curioso, y al mismo tiempo un poco atemorizado, avancé por todo el camino hasta llegar a la entrada de la casa, en ella me esperaba un muchacho de unos 26 años, era alto y moreno, con el pelo corto y oscuro. Su cara estaba decorada con una barba fina muy bien cuidada, sus ojos eran color aceituna y tenia una mirada interesante que transmitía algo que no terminaba de captar. Tenía un cuerpo envidiable, lucía una camiseta de mangas cortas oscura que resaltaba sus músculos bien cuidados en el gimnasio. Sus manos eran grandes, enormes. Ese hombre tenía algo que me resultaba conocido, estaba seguro que no era la primera vez que lo veía, pero ¿dónde?
-Es todo muy bonito, ¿no crees? Me preguntó él. Su voz era relajada.
-Sí, es todo maravilloso, yo soy Iván. Le tendí la mano sonriendo y algo nervioso.
-Sí, lo sé, vienes de parte de Tony, ¿verdad? Me estrechó la mano con firmeza pero al mismo tiempo con cariño, tenia la piel suave y caliente. -Yo soy quien te ha contratado, aunque no me gusta usar esa expresión. Rió.
Me quedé con la boca abierta, ¿de verdad fue él? ¿Ese chico me había contratado?
En ese momento creí que era el chico mas afortunado del mundo. Él era todo un caballero, guapo y muy atractivo, sólo esperaba que no me obligase a hacer cosas raras...
-Ven, sígueme. Me indicó el adelantándose por los pasillos .
Yo le seguí maravillado por ese lugar, era muchísimo más grande de lo que parecía por fuera, no era para nada una cabaña, si no una señora casa, dotada con los más exquisitos lujos.
Nunca había estado en un lugar como ese, el aire estaba inundado de un dulce aroma que provenía de unas velas perfumadas colocadas en el pasillo, aportaban una cálida y reconfortante luz, me pareció más un palacio que una casa rural, quizás porque yo estaba acostumbrado a mi pequeño apartamento.
Tras atravesar el pasillo llegamos a un porche que se encontraba en la parte trasera de la casa, lo que allí encontré termino de enamorarme de ese lugar.

Una preciosa piscina alumbrada por la luz de la luna y las estrellas, las escaleras y el camino que conducían a ella estaba alumbrado por multitud de velas, su fuego brillaba en mis ojos e iluminó hasta el mas oscuro rincón de mi corazón, ese lugar era sin dudas, el paraíso.
- ¿Te gusta? Me preguntó inocentemente mirándome a los ojos emocionado.
Sus ojos brillaban como la misma luna que se reflejaba en la piscina, estaba claro que se había esforzado mucho en hacer aquella maravilla, pero... ¿por qué? Y de mi mente paso a mis labios.
-Todo es realmente precioso, pero ¿por qué?, ¿por qué yo? Pregunté nervioso y desconcertado.
-No es la primera vez que voy al local de Tony, suelo ir muy a menudo, y en una de esas veces, te vi. Eres lo que tanto tiempo llevaba buscando, lo supe en el mismo momento en el que te vi, tu forma de hablar, tu forma de sonreír, tu forma de andar... Llevo mucho tiempo queriendo tener esta noche contigo, y quería que la primera vez que nos viéramos fuese muy especial. Quizás todo esto te parezca un cuento ñoño, pero es la realidad.
Él tenia razón , me parecía algo muy ñoño, yo no creía en el amor a primera vista, pero estaba claro de que este chaval sí. Además ya había pagado el servicio y no me importaba quedarme. ¿Qué podía perder?
- Ven, por favor. Me tendió la mano bajando poco a poco los escalones que llevaban al oasis.
Le tome la mano y bajé lentamente los escalones, fijando mi mirada en todo mi alrededor, en cada vela, en cada flor, las hamacas a un lado de la piscina, todo era sumamente perfecto, y sólo era el preludio de una noche que no olvidaría en la vida.
Una vez llegamos al borde de la piscina mi amor platónico comenzó a desnudarse, dejó al descubierto su sensual figura, su piel brillaba con luz propia y en su cuerpo se dibujo la silueta de sus cuidados músculos, su pecho estaba cubierto por una fina capa de vello, se deshizo de sus pantalones y ropa interior, dejando al aire su poderoso miembro que aun sin estar excitado, poseía un tamaño considerable. Le imité, y comencé a desnudarme. Dejé la ropa en el suelo, dejé mi miembro al aire como el suyo y me acerque aún más a la piscina. Mi anfitrión se acercó y en un segundo se tiró de cabeza al agua, vi como su figura se deslizaba en el agua, vi los músculos de su espalda contraerse, y vi su perfecto trasero en las profundidades de ese agua cristalina. Fui tras él a su encuentro.
Él salió del agua gracilmente, tomando aire y apartándose el agua de la cara y al verme nadar a su dirección sonrió. Yo me quedé a su lado, apoyándome en la pared de la piscina, apartándome el pelo de la cara y le sonreí. Él se acercó aprisionándome entre su cuerpo y la pared, me rodeo la cintura con sus brazos y me besó. Sus labios y los mios se unieron en un encuentro apasionado, nuestros labios estaban húmedos y nuestros cuerpos ardían al igual que la mecha de las velas. Yo rodeé su cuello con mis manos y pegué mi cuerpo todo lo que pude al suyo, mi lengua se adentró dentro de él en busca de la suya. Él me correspondió y juntó la suya a la mía. Nuestras lenguas se deslizaban contra la otra, recorriendo cada parte de nuestras bocas, mordí su labio inferior, tirando de él suavemente, colocó una de sus manos en mi nuca. Cada vez con más pasión y fuerza, me besaba como si fuera esta la última noche de nuestra vida.
Coloqué mi mano en su trasero, agarrándolo con fuera, lo tenía duro, se notaba que lo trabajaba en el gimnasio, tenía una anatomía perfecta.
Mi miembro se encontraba bien duro, al igual que el suyo, que bajo el agua se frotaban y acariciaban. Él no pudo esperar mas y adentró la mano en el agua, en busca de mi miembro, lo sujetó firmemente con la mano y comenzó a acariciarlo. Notaba la fricción del agua, cómo sus movimientos eran lentos y pausados, me estaba volviendo loco. Solté un pequeño gemido y me abracé a él, dejando mis labios a la altura de su oído, comencé a lamerlo y morderlo, jugaba con él como si de una golosina se tratase, lo escuche suspirar. Él estaba igual de excitado que yo.
La luna iluminaba nuestras siluetas y reflejaba su sombra en el agua, permanentemente juntas, sin separarnos un milímetro, fundidos entre abrazos, caricias y besos.
Ahora yo también tenía agarrado su miembro y jugaba traviesamente con él, mi amante deslizó su mano por mi espalada, hasta llegar donde ésta pierde el nombre. Se adentró a lo más profundo de mi interior, preparándome para el momento cumbre.

Comenzó acariciando mi entrada, y poco a poco introdujo uno de sus robustos dedos, yo me estremecí y lo abracé con más fuerza sin soltarle en ningún momento, estaba subido en su cintura y mientras con una mano me dilataba, con la otra me sujetaba la cadera. Me pegaba pequeños mordiscos en el labio y la lengua, y toda esa situación me estaba volviendo loco.
Cuando ya tenía dentro de mi tres de sus dedos, creyó que sería suficiente y me pidió que me colocara de espaldas a él. Sin rechistar obedecí y pegué mi trasero a su miembro. Él lo sujetó con firmeza colocándolo en la entrada de mi ser. Poco a poco fue ejerciendo presión e introduciéndolo dentro de mi, la sensación me puso los pelos de punta. Me besaba el cuello con dulzura y yo no podía resistirme a sus caricias, y sin darme cuenta, ya tenia todo su miembro dentro de mi. Permaneció inmóvil unos segundos para que mi cuerpo se acostumbrara a ese nuevo inquilino y, poco a poco, comenzó a balancear sus caderas.
Notaba la fricción del agua dentro de mi, cómo él entraba y salía de mi una y otra vez, cómo sus caricias me derretían, cómo sus besos me quemaban.
Su mano acariciaba mi entrepierna, y yo me agarraba a las paredes y borde de la piscina como podía, sus gemidos se hincaban dentro de mi como su miembro.
Ahora me dio la vuelta, estaba frente a frente, nuestras miradas se unían y detrás de ellas, nuestros labios, yo le besaba el cuello y lo acompañaba con pequeños mordiscos. Él introdujo de nuevo su miembro dentro de mi, entró de una sentada y eso provocó un fuerte gemido en mi, le arañaba la espalda, me agarraba a él con fuerza.
La noche no parecía tener fin, ninguno de los dos queríamos parar, la maravillosa sensación que producía nuestros cuerpos chocando, el sin fin de gritos y gemidos que resonaban en el silencio de la noche. Todo fue roto por una sensación mucho mas maravillosa, por una electricidad que nos invadió a ambos en el mismo momento, los dos estábamos al borde del éxtasis.
Se sujetaba a mis caderas con toda la fuerza que tenía, y yo tiraba de su pelo con rabia.
De nuestras gargantas brotaron un sin fin de gemidos y gritos que anunciaban el final de ese maravilloso encuentro. Nuestras agitadas respiraciones poco a poco se fueron calmando, ambos teníamos las miradas desencajadas, yo apoyé mi frente en la suya y pude ver como esbozaba una sonrisa. Me besó en los labios y poco a poco fue sacando su miembro de dentro de mi, la sensación me incomodó un poco durante unos segundos pero inmediatamente cesó.
Bajé de su cintura con cuidado, no podía moverme, estaba realmente agotado, sentí desmayarme casi. Él me sostuvo con cariño y tras sumergirme en ese agua bañada de estrellas, salimos al exterior y nos acercamos a las hamacas que se encontraban a unos de los lados, allí nos esperaban unas toallas y unas copas de whisky, me até la toalla a la cintura y tomé un trago de la bebida.
Mi misterioso amante no dejaba de mirarme, en mi mente resonaban una multitud de preguntas sin respuesta y una incertidumbre abismal, la situación no terminaba de convencerme del todo. Pero no podía negar que su comportamiento me alagaba y fascinaba, nunca nadie, y mucho menos uno de mis clientes, había tenido ese tipo de comportamiento conmigo, ¿De verdad yo le había gustado tanto como para preparar todo aquel paraíso?
Traté de quitarme todos esos pensamientos de la cabeza, le miré, el tiempo, y sólo el tiempo pondría las cosas en su lugar y respondería mis preguntas. Esa noche seria mía, mía y de mi amante.

jueves, 25 de agosto de 2011

Recuerdos



Siempre nos quedan recuerdos imperturbables en nuestra memoria.




Miré por la ventana de mi habitación, observando como la luz del atardecer impregnaba todo el paisaje y daba una cálida despedida al día.
Era final de primavera y las flores se distinguían en todos los árboles del pueblo, dándole ese toque colorido que tanto le hace falta a un sitio algo abandonado.
-¡Iván, ven!
Volví la cara y dejé de apoyarme en la cornisa de la pequeña ventana para dirigirme hacia la cocina, desde donde me llamaba mi tía.
A paso ligero, llegué y, sin volverse, me habló.
-Iván, cariño, tienes que ir a comprar un par de cosas, ¿vale?
-Mmm… Dame la lista.
Mi tía alargó el brazo hacia un estante color verde crema y cogió una hoja arrancada de una libreta de bolsillo, a cuadritos, y me la pasó. Le eché un vistazo y apenas entendí la letra, pero ya me las apañaría para comprar las cosas.
Me despedí de ella dándole un beso en la mejilla y dejándola con una mirada algo triste. Sí, digo triste porque desde hace cinco años yo no soy el mismo.
Siempre he vivido en ciudad, era el típico chico que nunca había pisado el campo y que prefería el escandaloso ruido de los motores de los coches al de la tranquilidad del piar de los pájaros, por ejemplo. Pero, hace cinco años, cuando yo tenía catorce, mi padre falleció en un accidente aéreo, ya que por su trabajo tenía que desplazarse a varios lugares en determinadas fechas. Tuvo la mala suerte de que uno de esos viajes le costase la vida.
Por otro lado, mi madre, al enterarse de la noticia, sufrió una gran depresión. La apoyé todo lo que pude, pero al ver que ella apenas ponía de su parte, uno se acaba cansando y sintiendo impotente. Así que me mandó con su hermana, mi tía, al pueblo dónde vivía.
Y aquí estoy. Llevo cinco años separado de mi madre, la que vive en una residencia especializada para personas con algún tipo de padecimiento psicológico o nervioso y a la que casi ni veo, salvo por unas cuántas llamadas.
Pero eso no era del todo la causa por la que hacia cinco años no se dibujaba una verdadera sonrisa en mi cara...
Las calles del pueblo a esa hora empezaban a llenarse de gente. Las abuelas salían a la puerta a hablar con las vecinas, todas vestidas con batas azuladas o negras, los niños jugaban a cualquier cosa y los de mi edad estaban preparándose para salir de marcha.
Al final de una cuesta, paré. Posé mis manos en mis rodillas, descansando un poco el cuerpo. Siempre he admirado a la gente de pueblo por subir estas cuestas sin ningún esfuerzo. Yo aún no podía acostumbrarme.
Entré en la tienda que tenía en frente, adornada con un gran toldo verde con rayas blancas.
-¡Iván! Hacía mucho que no te veía, muchacho.-exclamó la dependienta, saliendo de detrás del mostrador para abrazarme. Con disimulo, me separé de ella lo antes posible.
-Yo también me alegro de verte, Elvira.
-¿Qué quieres, chico? ¿Aguacates, cereales o queso? A ver, sorpréndeme.-Una gran sonrisa adornó su rostro. Saqué mi lista e intenté leer lo que ponía.
-Puuues… Mi tía me ha escrito lo que quiere, pero no tengo ni idea de qué pone aquí…
-¡Trae pa’ cá!
Tomándose todo el tiempo del mundo, empezó a coger comestibles de las estanterías, del congelador que había al lado del mostrador color madera y del pequeño almacén, donde guardaba la comida más cara. Al cabo de unos minutos, la repisa de su mostrador estaba llena.
-Ea, aquí está todo, muchacho.
Le agradecí el esfuerzo y me marché en cuanto le pagué, no sin librarme de un sonoro beso en la mejilla por su parte.
A veces odiaba que la gente fuera tan apegada en los pueblos. Todos se conocían, todos cuchicheaban, todos quedaban con todos… La intimidad no existía.
“Igualito que en la ciudad…” pensé.
De vuelta a la casa de mi tía me entretuve mirando el cielo. Era anaranjado con suaves vetas amarillas y el Sol ya casi estaba escondido entre las colinas verdes del fondo, dando un aspecto mucho más hogareño de lo que era en realidad…


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-Tía, aquí está la compra.
Nadie me contestó. Extrañado, dejé las dos bolsas repletas de comida en el recibidor, puse las llaves en la cerradura por dentro y me descalcé.
Volví a llamar a mi tía, pero de nuevo no hubo respuesta. Habría salido a charlar con alguien o algo, no le di mayor importancia de la que tenía. Subí las escaleras de la casa hasta llegar a mi cuarto y me tendí en la cama, cerrando los ojos.
Notaba todavía el sol en mi rostro, calentándolo cada vez menos, y sonreí. Ese era el único momento del día en el que podía disfrutar. Coloqué mis brazos por detrás de mi cabeza y me removí un poco, buscando una postura más cómoda para dormirme aunque fuese solo un rato. Ya me despertaría mi tía cuando llegase…
-¡Ivááán!
Vaya, hombre, que oportuna ha sido. Resoplando, me levanté y dije un insulto por lo bajo.
-Ya he traído la compra.-grité desde arriba, mientras cerraba la puerta de mi habitación.-¿Dónde has est…?
Las palabras se me hicieron un nudo en mi garganta y no pude seguir hablando. Parpadeé una vez, por si era mentira lo que estaba viendo o acaso una alucinación. Incluso podía ser un sueño y que yo todavía estaba en mi cama, tumbado, con la luz del sol pegando en mi cara…
-Iván, ¿estás bien?
La voz preocupada de mi tía me advirtió que no, no era un sueño por más que lo desease. Abrí los ojos, fijando mi vista en la persona que estaba al lado de ella.
Estaba muy cambiado. Tenía otro corte de pelo, portaba unas gafas con una montura negra y rectangular, parecidas a las que había visto en alguna que otra revista que había comprado mi tía hacía poco, y vestía vaqueros y camiseta negra.
-Hola, Iván.
Su voz penetró en mi oído y se instaló en mi cerebro de nuevo. También le había cambiado. De haber pasado a una de adolescente con altibajos agudos y graves, ahora estaba perfectamente convertida en una voz neutra, suave pero, a la vez, algo grave. De hombre.
-Nico...
-Menos mal que te acuerdas de él.-saltó mi tía, interrumpiendo todos mis pensamientos.
-¿Q-qué haces… aquí?-conseguí decir, aún en las escaleras.
-Me he mudado, Iván.-Hizo una pausa, analizando mi expresión a través de sus lentes.-Me he mudado.


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La música estridente retumbaba en mis oídos sin cesar. La gente bailaba sin preocupaciones y todos se movían al compás de su pareja. Me llevé el vaso de vodka con lima a la boca, bebiendo un largo trago. Aún no me entraba en la cabeza que Nicolás estuviese en mi pueblo, aquí, en el mismo lugar que yo.
Sí, él era la otra parte de la historia. Por él hacia cinco años que no tenía una sonrisa verdadera, por él todas las noches me quedaba pensando en mi cama y, en ocasiones, también lloraba.
No hace falta decir que, cuando era mi compañero de clase, ambos nos atraíamos. No sabemos como empezó todo, ni por qué. La cosa es que, antes de darnos cuenta, nos veíamos a escondidas para darnos besos clandestinos, ocultos de todos. Los recreos pasaron a ser del patio al laboratorio, del cual robábamos la llave para que nadie nos molestase.
Cuando mi padre murió, él fue mi más grande apoyo. Sin nada a cambio, me consoló todos los días hasta que me fui. Tampoco se quejó al irme, solamente lo comprendió.
-¿No bailas?
Una chica rubia, alta y con un cuerpo bien definido se acercó a mí, sonriéndome como si de una loba en celo se tratase.
-No, gracias.
-Andaaa… No seas así.-Se acercó a mi oído, rozándome con sus labios al hablar.-Vamos a bailar…
Su proposición sonaba a todo menos a bailar. Bueno, no tenía nada que perder y era preferible a ser tachado como el soso del pueblo. Me bebí mi vaso de tubo de golpe y la cogí de la mano. Ella iba riéndose tras de mí y no paré hasta que estuvimos en mitad de la discoteca, dentro de toda la marabunta de gente. Comenzó pasándome los brazos por mi cuello y yo la agarré de su cintura. La canción no era precisamente para ser bailada así, pero a ella poco le importó. Restregó toda su boca por mi cuello, seguramente dejándome alguna que otra marca de carmín. Cogió mi culo con ganas, acercando mi entrepierna hacia la de ella, intentando despertarla, cosa que no le funcionaría.
Miré detrás de ella y, a escasos cinco metros de nosotros, me encontré con la mirada de Nico clavada en la mía. Estaba hablando con otros dos muchachos que ni se percataron de que él no les hacía caso.
Aprovechando la ocasión y sin dejar de mirarle, cogí la cara de la chica y la besé con toda la furia y el alcohol que se había acumulado en mi cuerpo. Quería que me viese divertirme, quería que viese que ya no me importaba… Quería sacarle alguna reacción de celos, de rabia. ¡Algo, por Dios!
Me separé de la rubia, que me miraba casi con los ojos en blanco. No me gustaría saber que se había tomado antes de bailar conmigo…
Volví a mirar al frente. Mi boca casi se cae al suelo al comprobar que estaba hablando tan tranquilamente con sus dos amigos, sin prestarme atención.
Frustrado, enfadado y exasperado, dejé a mi compañera de baile en la pista, quejándose porque me iba, y salí de la disco.
Serían las tres de la madrugada, pero la gente joven iba y venía por las callejuelas del pueblo, sin importarle la hora y solo las ganas de divertirse.
Aligeré el paso para llegar antes y así poder dormirme y estar tranquilo de una buena vez, pero cual fue mi sorpresa al encontrarme a ese asqueroso tío sentado en la puerta de mi casa.
-¿Cómo has llegado tú antes que yo aquí si no conoces el pueblo? ¿Eh? Da igual, no quiero saberlo.-Me dispuse a sacar las llaves del bolsillo de mis pantalones, pero Nico no me dejó abrir la puerta.-Déjame entrar.
-No quiero, Iván.-nos mantuvimos la mirada durante pocos segundos y, sin decir palabra, le insté a que hablase.-Necesitamos hablar.
-¿Hablar? Eso es lo que hacías tú con esos dos, ¿no? Se te veía muy entretenido, sí.-ironicé con todo el sarcasmo que encontré.
-Sí, mientras tú le comías la boca a la primera rubia que se te lanzaba en toda la noche.
-¡Tú no eres quién para decir eso!
-Sólo he dicho lo que he visto.-replicó.
-Ni siquiera me estabas mirando, idiota.-me solté de su agarre y conseguí abrir la puerta de la casa, pero antes de cerrarla en sus narices, ya lo tenía a mi lado.
-No me voy a ir hasta que hablemos.
-Pues siéntate, que te van a dar las uvas esperándome.
Antes de que subiese por las escaleras, Nicolás agarró mi brazo con fuerza, tirando de mi y acercándome a él.
-¿No deberías estar alegre de que esté aquí?-Le miré, sin cambiar la expresión de mi rostro, serio.-Tenemos diecinueve años y no nos hemos visto desde los catorce…
-¿Y qué? ¡Tú ni siquiera te quejaste cuando me fui! ¡Nada salió de tu boca! Sólo un “lo comprendo”. ¿Quién te crees que eres para venir ahora exigiendo algo que se acabó hace mucho?
-¿De verdad se ha acabado?-La distancia que nos separaba se eliminó. Por inercia, posé mis manos en su pecho.-Venga, dímelo.-susurró, casi labio contra labio.
Miré sus ojos, marrón oscuro, detrás de esas gafas que nunca me habían gustado. Me encantaba observar sus ojos sin nada de por medio.
Le empujé y dio contra la pared del recibidor, provocando un ruido sordo.
-¡Sí! ¡Todo se acabó hace cinco años! ¡Todo!
-No te creo.
-¿No?-mi tono de voz de elevaba poco a poco. Menos mal que mi tía también había salido a tomar algo con varias amigas, sino ahora me estaría cantando las cuarenta.
-Me estás mintiendo y lo sabes.
Estaba harto de él. De todo lo que me había hecho sufrir, de la forma en que se despidió aquella última vez, de su pasotismo. ¡Argh!
-¡Fóllame!
-¿Qué?
-¡Que me folles! ¡Venga!-moví mis brazos, en un claro gesto de reto.-Si dices que todavía sigue habiendo algo, demuéstramelo. ¡Vamos!
Sus ojos estaban confusos y sabía que lo había dejado sin palabras. Ni yo mismo me esperaba actuar de esa forma, pero cuando los nervios te controlan a ti, haces cosas que ni se te habrían pasado por la mente en circunstancias normales.
-Deberías haberlo dicho antes.
Atrapó mis labios con una ansiedad inesperada. Me besó con la furia guardada por años, con las ganas escondidas. Yo no tardé en responder su beso, explorando su boca con mi lengua y mordiéndole los labios. La pasión se desbordaba por cada poro de nuestra piel y el calor comenzaba a crecer.
-Vamos arriba.-le susurré y, cogidos de la mano, corrimos por las escaleras.
Entramos en mi habitación, aún con la ventana abierta, pero ahora era la luz de la luna la que daba claridad a la estancia.
Nos miramos por unos segundos en los que nos dijimos todo con la mirada, bajando esta a nuestros labios, entreabiertos y deseando alcanzar al contrario.
Ladeé la cabeza para que tuviese más acceso a mi cavidad y, sin darnos cuenta, caímos en mi cama, él encima de mí.
-No sabes cuánto he deseado esto, Iván.
Sonreí al escuchar eso. En esos momentos, era todo lo que necesitaba. Le cogí de la nuca y volví a besarle. Su boca descendió por mi mejilla, repartiendo suaves besos por ella y bajando a mi cuello. Mordí mi labio. Aún no podía creer lo que estaba ocurriendo.
Un inesperado gemido salió de mi garganta cuando sentí como su cadera se movía encima de la mía, apretando mi miembro en un dulce vaivén que me hizo poner los ojos en blanco. Noté su sexo y le acompañé, restregándonos ambos, necesitados el uno del otro.
Una de sus manos paseó por mi costado, haciéndome leves cosquillas, y empezó a desabrochar mi pantalón vaquero. Mientras, nuestras miradas estaban conectadas y una sonrisa pícara se formó en su rostro. Acto seguido, le quité las gafas que tan poco me gustaban y me adentré en sus oscuros ojos, los cuales estaban encendidos por el deseo. Cuando terminó de desabrochar mi vaquero, le subí la camiseta por los brazos, quitándosela. Él hizo lo mismo con la mía, dejándolas tiradas al lado de la cama, una encima de otra.
Seguimos besándonos durante un buen rato, sintiendo la desnudez de nuestros torsos pegados y empezando a notar el calor que emanaba de nosotros mismos. La excitación era más que evidente en nuestros pantalones y Nicolás no tardó en dejar mis labios para querer sustituirlos por otra cosa…
Bajó por mi pecho, dando pequeñas lamidas a mis pezones y poniéndolos erizados. Los mordió suavemente, succionando un poco y siguió marcando un camino de besos hasta mi pelvis, la cual delineó con toda su lengua antes de deshacerse de mis vaqueros favoritos.
Dejó al descubierto mis calzoncillos y, con lentitud, acarició mi miembro por encima de ellos, haciéndose desear como nunca antes. Yo moví mis caderas hacia arriba, en una callada súplica de querer más, pero él no desistió. Acercó su rostro a mi sexo y, con sus labios, lo recorrió, aún tapado por la fina tela. Casi se asomaba mi glande por el empezar del calzoncillo, pero Nico ni le prestó atención. En ese momento creí que me partiría el labio de tanto mordérmelo.
Por fin bajó la tela y lo dejó al aire. No tardó ni un segundo en devorarlo, ansioso por degustarlo. Puse una mano en su cabeza, agarrando mechones de su pelo entre mis dedos, y cerré los ojos con fuerza, respirando entrecortadamente.
Nicolás hacía movimientos constantes, sacándose mi miembro y volviéndolo a meter entero en su boca, llegando hasta mi base y poniéndome todos los vellos del cuerpo de punta. Después, lo sacó y dio cortas lamidas en mi glande, como si se tratase del mayor y más sabroso caramelo que jamás hubiese degustado. Miré como lo hacía y mi excitación creció aún más. Veía como se follaba a mi pene con los ojos cerrados. No creo que olvidase nunca esa imagen…
Antes de que pudiese correrme, lamió mi miembro desde la base hasta la punta, cogiendo a la par mis huevos. Los acariciaba cuando iba por mi base y los apretaba cuando lamía mi punta, dándole de regalo un pequeño mordisquito en ésta.
-Nico, v-voy a…
No terminé de decir la frase cuando mi boca se vio inundada por su lengua, llena de mi líquido preseminal. Degusté como sabía y disfruté de la fiereza de ese beso. Cuando se separó, tenía la boca roja, algo hinchada y los labio entreabiertos. La mirada fija en mí, con las pupilas dilatadas y el pelo negro lo tenía despeinado, alborotado. Me entraron ganas de acariciárselo, de besarle con lentitud en la mejilla y de abrazarle como hacía mucho que no hacía…


Mi cara dio contra la almohada. Eso era lo que menos me esperaba en ese instante. Noté su mano en el cabello de mi nuca, aprisionándome e impidiendo que me moviese.
-¡Nico!
-Shh…
Estaba a cuatro patas sobre la cama y Nicolás me había girado sin apenas percatarme de ello. Se tumbó sobre mí, chocando mi espalda con su torso tonificado y moreno. Se inclinó y mordió mi lóbulo, agarrándolo con sus dientes y haciéndome estremecer. Seguidamente, fue descendiendo por mi espalda, arañando con sus cortas uñas el sitio donde se encontraba mi columna vertebral, lo que provocó que me arquease como un gato. Cuando llegó a mi culo, cogió mis cachetes y los mordió con saña para luego dar besos en la zona dolorida y algo roja. Estos besos se volvieron cada vez más húmedos hasta llegar a mi ano. Travieso, paseó uno de sus dedos por la linde de éste, sin apenas tocarlo y hacerme rabiar de deseo. Chirrié los dientes cuando sentí como penetraba el primer dedo en mí. Me tranquilizó diciéndome que me relajase y que tendiese mi cabeza en la almohada.
Sinceramente, lo había hecho con chicas, pero nunca con chicos… Parecía que le tenía ese espacio únicamente reservado a Nico.
Metió un segundo y una leve incomodidad se apoderó dentro de mí. Como él veía que, tarde o temprano me iba a quejar, pasó al siguiente plan. Llevó su boca a mi ano y lo bañó entero de su saliva, haciendo funcionar su lengua mucho mejor de lo que hubiese esperado. Puse los ojos en blanco en un determinado punto, en el cual mis gemidos ya no podían ser callados y agarraba con fuerza la colcha de mi cama. Mi respiración estaba muy agitada, tanto que parecía que hiperventilaba, y Nicolás seguía.
-Para o… Aah… Voy a correrme…
Paró en el acto. Lo que él no quería era que se acabase la diversión tan pronto. Con más facilidad, metió un tercer dedo y los movió dentro de mí. Esta vez si era más placentero. Cuando creyó que ya estaba preparado, los sacó, dejándome en ascuas.
Resoplé, pensando que a este hombre le gustaba dejarme con las ganas y en el punto para culminar.
-Relájate, Iván…
-Ya estoy relaj… ¡Aah!
De una estocada, me atravesó entero. Su miembro ardía en mi interior y mis paredes vírgenes lo apresaban, otorgándole un cálido placer que yo, ahora mismo, no sentía ni por asomo.
-Nico…-casi sollocé. No era normal que hubiese sido tan poco cuidadoso conmigo.
-Lo siento, lo siento… Iván…
Dejó unos instantes para que me acostumbrase, pero el culo me ardía lo que no estaba escrito. Casi aullé cuando volvió a moverse dentro de mí, sintiendo como volvía a penetrarme. Me incorporé un poco y alcancé el cabecero de la cama, que era algo más sólido y firme que estar agarrando sábanas y colcha. Al menos así podía amortiguar un poco el dolor.
Tres estocadas más siguieron a la primera y yo cada vez tenía más ganas de que parase. Nicolás se dio cuenta y lo hizo. Llevó su mano a mi miembro, flácido ahora, y me comenzó a masturbar con firmeza. Sus movimientos constantes me empezaron a gustar y, poco a poco, recobré la excitación perdida, aún con su pene dentro de mi culo.
-Ahora sí…-susurró Nicolás.
Sin dejar de masturbarme, siguió penetrándome con algo más de lentitud. El placer se hizo dueño de mi cuerpo y ya no noté como me dolía nada, sólo me concentraba en las caricias en mi sexo. Él sabía que puntos tocar para que llegase al cielo, como pasar el dedo pulgar por la punta suavemente.
De esta forma, su respiración también aumentó de ritmo. Ambas, la suya y la mía, iban descompasadas, llenando la habitación de gemidos y sonidos húmedos. A veces también se escuchaban nuestros nombres susurrados por el contrario.
Agarré fuertemente mis manos al cabecero cuando estaba a punto de venirme. Y lo hice. Llené la mano de Nico con mi esencia blanquecina y, al contraerme, hice que él también se corriese dentro de mí, explotando.
Respirando agitadamente, cayó sobre mi espalda y yo sobre la cama, pues los brazos me temblaron y no pude aguantar por el orgasmo que acababa de tener. Nico llevó sus manos a mis hombros y noté que sonreía en mi espalda, dándome un beso corto en ella.
Yo también sonreí, sintiéndome a gusto por primera vez en cinco años.
Salió de mí y se tumbó a mi lado, pasándome un brazo por debajo de mi cabeza, ejerciendo de almohada. El otro lo posó en mi cintura, acercándome a él.
-Mañana creo que no vas a poder andar…
-Cállate.
Un beso húmedo silenció todo tipo de conversación, venciéndonos poco a poco en un sueño del cual no tenía ganas de despertar.